
“Dulzura profana, liturgia en contra del olvido”
Crack Rodríguez, San Salvador, 1 de mayo de 2015
Texto curatorial por The Fire Theory
En Celebration, Crack Rodríguez irrumpe en el campo simbólico salvadoreño con un acto tan certero como escandalosamente festivo: el lanzamiento de un pastel Lido al monumento de Roberto d’Aubuisson, ubicado a un costado del centro comercial Multiplaza, en una fecha cargada de potencia política—el Día Internacional de los Trabajadores.
El gesto es claro pero en absoluto ingenuo. El pastel, objeto asociado a las celebraciones, lo ritual y lo familiar, es resignificado como proyectil performativo. El blanco: la escultura de quien fuera el fundador del partido ARENA y autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero, figura canonizada por el pueblo y criminalizada por las élites. El eslogan de la marca de pastel, “Yo de Lido, no me olvido”, se subvierte al borde de la ironía: se convierte en un comentario agudo sobre la fabricación artificial de la memoria colectiva, esa que olvida lo esencial y celebra lo infame.
La pieza inicia con la llegada del artista en su viejo Volkswagen celeste, vehículo de carga simbólica, popular y casi arqueológico. Estacionado junto a la frase inscrita en el monumento—“El arma más poderosa de los hombres libres es el voto”—Rodríguez extrae del maletero el pastel, lo desempaca en silencio y, sin más preludios, lo lanza con contundencia sobre la base del monumento. El impacto es estético y político: los restos del pastel se esparcen como una ofrenda grotesca, como una risa amarga frente al monumento de la impunidad.
El pastel lleva una esquela: “Por respeto a nuestra ignorancia”. Esta frase no se disculpa; denuncia. Con sarcasmo feroz, apunta a la sistematización del olvido histórico, a la pedagogía de la ignorancia en la que se forma gran parte del imaginario salvadoreño: Romero, transformado por algunos en símbolo subversivo, permanece aún ausente del consenso cívico, mientras d’Aubuisson es erigido en bronce.
El acto final es de una teatralidad contenida pero devastadora: Rodríguez se chupa los dedos manchados de pastel, casi como si saboreara el residuo de una verdad amarga que solo unos pocos están dispuestos a tragar. Luego arranca el vehículo y desaparece del lugar, dejando tras de sí las migajas de una memoria fragmentada, incómoda, real.
Celebration no es una burla; es una reconfiguración simbólica del duelo, una performance de choque que confronta a la nación con sus propias narrativas decoradas y sus silencios institucionalizados. En un país donde la violencia ha sido convertida en monumento, lanzar un pastel puede ser el acto más lúcido de resistencia.
“Profane sweetness, liturgy against oblivion”
Crack Rodríguez, San Salvador, May 1st, 2015
Curatorial text by The Fire Theory
With Celebration, Crack Rodríguez delivers a biting and precisely aimed performance in the heart of El Salvador’s symbolic battlefield. On International Workers’ Day, he approaches the monument to Roberto d’Aubuisson—founder of the right-wing ARENA party and intellectual author of the assassination of Archbishop Óscar Romero—with a cake in hand. But this is no celebration of legacy. It is a poetic and political attack.
The cake, from the historic Salvadoran brand “Lido”—whose slogan reads “Yo de Lido, no me olvido” (“Lido: I don’t forget”)—becomes a weapon. A sweet, frosted projectile hurled directly at the figure elevated by certain sectors as a national hero, even as his role in state-sponsored terror remains unpunished. The cake bears a note that reads: “Out of respect for our ignorance”—a sharply ironic eulogy to the carefully curated amnesia of Salvadoran collective memory.
The performance unfolds like a quiet operation: Rodríguez arrives in his pale blue Volkswagen Beetle and parks beside the base of the statue, near the inscription “The most powerful weapon of free men is the vote.” He opens the trunk, takes out the box, removes the cake, and walks calmly toward the pedestal. With controlled precision, he throws the cake with force. It smashes against the surface, splattering crumbs and icing—acts of soft violence leaving visible scars on the monument’s authority.
The irony deepens: the cake, normally a symbol of joy, now marks a funeral for truth. Rodríguez turns a celebratory ritual into a protest gesture—an act of civic intervention that critiques not only who is memorialized in public space, but also how memory is shaped by what we choose not to remember. In a nation where Romero is still stigmatized as a rebel and d’Aubuisson cast in bronze, Celebration questions the economy of forgetting.
Rodríguez concludes with a small, visceral gesture: licking the cake from his fingers—part sacramental, part sardonic. Then, without a word, he drives away, leaving behind a desecrated monument and a sticky, crumbling metaphor of historical denial.
Celebration is not an act of mockery—it is an act of mourning. A radical reminder that in a country built on erased truths and glorified perpetrators, even something as simple as throwing a cake can become a deeply political act of reparation.

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