

Sostener una hamaca con el cuello de ambos extremos para obstruir la entrada de un mercado invitando a acostarse en la hamaca.
“Sostener el descanso: sobre hamacas, labor y ternura en la informalidad”
Crack Rodríguez & Valeria Barrios, Mercado de Santa Tecla, 2014
Texto curatorial por The Fire Theory
En una esquina saturada de intercambio, de pasos apurados y economía informal, una hamaca suspendida entre los cuellos de dos artistas desafía el ritmo cotidiano del mercado. No como ornamento, ni como mueble de reposo, sino como símbolo incómodo y bello: un artefacto artesanal sostenido con el cuerpo, una forma mínima de resistencia encarnada en lo más simple—el derecho al descanso.
Esta acción, desarrollada por Crack Rodríguez y Valeria Barrios en el año 2014, interrumpe por una hora la entrada del mercado de Santa Tecla. No lo hace con barricadas ni gritos, sino con una tensión callada: dos cuerpos erguidos, inmóviles, atados por los extremos de una hamaca tradicional, enfrentados cara a cara, como si fueran el último punto de apoyo el uno para el otro. La acción emerge de la quietud, pero interroga con fuerza el vínculo entre descanso y trabajo, entre economía y dignidad, entre producción y afecto.
La escena, aunque silenciosa, genera reacciones múltiples: vendedores que deben levantar la hamaca para pasar, bromas sobre su precio, gestos de ternura como el de quien les ofrece una bebida en plena hora del sol. Lejos de expulsar al entorno, la acción es absorbida por él. El mercado no rechaza la irrupción: la adopta, la comenta, se ríe con ella. Una señora simula sentarse en la hamaca. El gesto de sostenerla, de aguantarla con el cuerpo por si alguien lo intenta, contiene una doble lectura: cuidar al otro y cuidar la acción. En ambos casos, se trata de sostener.
En este contexto, la hamaca funciona como símbolo triple: de trabajo artesanal amenazado por la producción masiva (principalmente china), de descanso como derecho negado a quienes trabajan sin garantías, y de sostenimiento mutuo como gesto político. ¿Quién tiene derecho a descansar? ¿Quién puede detenerse sin culpa en una economía donde el tiempo libre parece un lujo sospechoso?
La acción también lanza una pregunta sutil pero demoledora sobre la informalidad laboral: ¿y si descansar también es trabajo? ¿Y si sostener un espacio simbólico, frágil, interrumpido por el sol y las miradas, también es una forma de producir valor? En un país donde las políticas públicas excluyen a gran parte de su población trabajadora, la acción no exige desde la denuncia directa, sino desde la ternura sostenida con el cuerpo, desde la precariedad convertida en escena.
Más que una acción, Sostener el descanso es una postura ética: posiciona el derecho al ocio como parte del entramado social, visibiliza la precariedad sin exotizarla, y activa el espacio público como territorio para pensar otras formas de habitar el trabajo. En tiempos donde la productividad se mide en velocidad y acumulación, esta hamaca extendida entre dos cuellos deviene un manifiesto: resistir también es detenerse.
“Sustaining Rest: On Hammocks, Labor and Tenderness in Informality”
Crack Rodríguez & Valeria Barrios, Santa Tecla Market, 2014
Curatorial text by The Fire Theory
In a corner saturated with footsteps, commerce, and the informality of survival, a hammock stretched between the necks of two artists interrupts the everyday logic of a Salvadoran market. Not as a decoration or a resting object, but as a dissonant and poetic device: a handmade artifact of rest suspended by bodies, transforming itself into a minimal act of resistance—a quiet claim for dignity.
This performance, enacted by Crack Rodríguez and Valeria Barrios in 2014 at the entrance of the Santa Tecla market, lasted approximately one hour under the scorching midday sun. Standing still, face to face, the artists used their bodies to hold a traditional Salvadoran hammock at each end, creating a kind of physical tension—an embodied support system. Their action did not scream, but it reverberated: intervening the rhythm of labor, inserting the possibility of rest in a space defined by hustle, exhaustion, and economic urgency.
The reaction was not uniform. Some passersby paused in silence; others, particularly vendors with pushcarts, expressed frustration at having to lift the hammock to pass. A few laughed, joking that it was the last hammock on sale for five dollars. One elderly woman playfully mimed that she would sit on it. And then there was tenderness: a stranger brought the performers a cold drink and gently held the straw to their lips so they could sip without moving. The market did not reject the performance—it absorbed it, welcomed it, reinterpreted it.
The hammock becomes a triple symbol: of handmade labor threatened by mass production (especially Chinese imports); of rest as a right systematically denied to those who labor without protection; and of mutual support as a political act. In a country where informal labor dominates and public policy offers little protection, this piece gently asks: Who gets to rest? What does it mean to stop? And what value does holding space with and for others hold in a system that only rewards acceleration?
In a gesture both quiet and radical, Rodríguez and Barrios invite us to recognize rest not as laziness but as resistance—to see stillness as strength, and care as labor. Holding a hammock with your own body is work. Enduring heat and stares, friction and stillness, is work. This subtle insistence unravels the binary between productivity and pause.
Holding Rest is not a performance that seeks applause; it is a moment of collective reflection offered with vulnerability. It dignifies the handmade, the informal, the tired. In a world governed by speed and output, this suspended hammock—balanced between two exposed bodies—offers a new axis: one in which fragility is not a flaw, but a form of shared power.

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