Silabario

La acción de Crack Rodríguez de recibir golpes con un cinturón —instrumento disciplinario y de sujeción— al ritmo de cada sílaba de un silabario clásico en español, ejecutada en una biblioteca y acompañada del coro de una maestra que pronuncia y golpea, mientras el público repite el silabario, es una intervención radical y profundamente crítica sobre la pedagogía de la violencia, la colonialidad del lenguaje y la domesticación del cuerpo.


El silabario como herramienta de disciplina

El uso del silabario, símbolo por excelencia del aprendizaje inicial del idioma, se convierte aquí en una herramienta coreografiada de castigo. Cada sílaba, lejos de representar el despertar de la conciencia lingüística, se transforma en un ritual de adiestramiento, donde el cuerpo del performer —desnudo del torso, vulnerable— absorbe la carga histórica del aprendizaje autoritario, de la educación colonial, de la imposición del idioma como forma de dominación cultural.


Cinturón: símbolo de corrección y control

El cinturón no sólo sostiene los pantalones: sostiene el orden, aprieta los límites de lo permitido, y en este contexto se convierte en un artefacto de represión física y simbólica. Usado por una figura de autoridad —la “maestra”—, este objeto cotidiano se resignifica como arma pedagógica, recordándonos las violencias normalizadas en los espacios educativos que aún operan bajo lógicas punitivas heredadas.


Biblioteca: el templo de la letra domesticadora

La elección del espacio —una biblioteca— no es neutra. Es un lugar sagrado para la palabra escrita, la norma, la gramática. Convertirlo en escenario de esta acción subvierte su función tradicional como lugar de iluminación intelectual y lo vuelve un campo de batalla corporal, donde el saber no se adquiere sino que se impone, se graba a golpes.


Repetición coral: complicidad colectiva

El hecho de que el público coree las sílabas no lo deja fuera de la escena: lo convierte en cómplice de la violencia, en repetidor de la disciplina. Esta participación forzada o inducida cuestiona las dinámicas de poder en los sistemas educativos y performativos: ¿cuántas veces hemos participado de sistemas violentos sin notarlo, sólo por repetir?


5. La lengua como herida

El español, lengua impuesta por la colonización, aparece aquí no como vehículo de comunicación, sino como látigo fonético. El performer recibe la lengua no por vía oral, sino a través del dolor: cada sílaba es una marca, una cicatriz, una crítica a los procesos de alfabetización como estrategias de normalización cultural y borrado identitario.


La narrativa de esta acción: se presenta como una coreografía de la violencia pedagógica, donde el cuerpo aprende a hablar el idioma de los vencedores a través del sufrimiento. Crack Rodríguez convierte la alfabetización en flagelación y revela cómo, aún hoy, aprender puede implicar callar lo propio para repetir lo impuesto. Un performance tan brutal como lúcido, que devuelve al lenguaje su dimensión política y al cuerpo su rol de archivo de las violencias históricas.

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