
Un caballito de juguete de plástico, intervenido por una sistema de seguridad de vehiculo con dispositivos electronicos para abrir y cerrar los vehiculos. Se elaboró un diseño electrónico que estaba conectado a los sensores de calor de la alarma de carro modificado, cuando el sistema percibia presencia de calor de algun organismo animal el caballito activaba la sirena y los dispositivos se movian generando los movimientos de abrir y cerrar que le correspondía solo que ahora era para mover sus llantas.
El caballo vigilante: Crack Rodríguez y la subversión del objeto cotidiano
La obra de Crack Rodríguez se inscribe dentro de una tradición latinoamericana que cuestiona el objeto cotidiano a través de su recontextualización, una práctica que desestabiliza las jerarquías tradicionales del arte y del sistema sociopolítico que las sustenta. En este caso, la intervención de un caballito de juguete con un sistema de seguridad de vehículo nos enfrenta a una paradoja entre la inocencia del juego y la paranoia del control. Este cruce entre lo infantil y lo tecnológico, entre la ternura del juguete y la agresividad de la alarma, genera una fricción que desvela mecanismos de poder, vigilancia y respuesta a estímulos.
El dispositivo electrónico incorporado al caballito no solo le otorga movimiento, sino que también lo convierte en un agente reactivo al entorno. El uso de sensores de calor hace que el juguete ya no dependa de la mano humana para ser activado, sino que cobra una autonomía inesperada, respondiendo a la presencia de organismos vivos. En esta mutación, la pieza trastoca su sentido original: el caballo de plástico deja de ser un objeto pasivo y se convierte en un centinela automatizado, en un mecanismo de alarma que media entre la presencia humana y la tecnología de control.
Desde una perspectiva crítica, esta obra alude a la creciente tecnificación de la vigilancia y a la manera en que los dispositivos electrónicos han modificado nuestra relación con el espacio y la movilidad. La intervención de Crack Rodríguez no solo juega con la funcionalidad del sistema de seguridad, sino que lo subvierte al trasladarlo a un contexto inesperado. En este desplazamiento, la alarma de vehículo –una herramienta diseñada para la protección de la propiedad privada– se reprograma para un uso que desafía su finalidad original: ahora es un artefacto de interacción lúdica, pero también de extrañamiento. La seguridad ya no está vinculada a un auto, sino a un ser que nunca estuvo destinado a ser un centinela.
Este caballo cibernético, lejos de representar una simple ironía, funciona como un comentario sobre la sobrecarga de estímulos sonoros y mecánicos en la vida urbana, donde las alarmas, los sensores y los sistemas de acceso vehicular han construido un paisaje sonoro de alerta permanente. Al dotar de agencia a un objeto infantil, la pieza genera una ambigüedad perturbadora: el espectador se pregunta si debe reír ante el absurdo del dispositivo o inquietarse por la capacidad que tienen las tecnologías para infiltrarse en los aspectos más lúdicos de la vida cotidiana.
Crack Rodríguez demuestra, una vez más, su capacidad para utilizar el arte como herramienta de resistencia y subversión, desafiando las narrativas de control a través del humor, la resignificación del objeto y la dislocación de lo ordinario. Su caballo de juguete, intervenido con la lógica del sistema de seguridad, es un recordatorio de que las estructuras de poder se pueden desmontar desde el gesto más insospechado: el de un caballito de plástico que vigila el calor de los cuerpos en movimiento.

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