2012 Crack Rodriguez

La impotencia del pueblo
Volcar con la ayuda de los transeuntes el ícono Volkswagen (carro del pueblo en Alemán) frente al Teatro Nacional para crear espacios de manifestación de una población tibia en contraste con la cultura de manifestación de las luchas sociales en tiempos del conflicto armado. Cuestionando y ridiculizando la inmovilización del carro, la falta y la ausencia, los derechos y las víctimas, el derecho legítimo del espacio histórico de la manifestación, el comportamiento del entretenimiento y el consumo en el empoderamiento de la libertad de expresión.
En 2012 presente una memoria perdida de la cultura salvadoreña cuando salía a las calles a pedir sus derechos antes, durante y quizás unos años post de la guerrra civil(volcando carros, una forma de hacerse sentir), la intención en específico es tratar de generar una retroalimentación de la inmovilización del “pueblo” tomando de referencia el Volkswagen escarabajo que fue un vehículo pensado para el pueblo, para que el pueblo Alemán se movilizara, entonces la acción es movilizar al pueblo a inmovilizarlo su vehículo. ¿Qué pasó con el pueblo? ¿En qué radica su neutralidad y su posición?
VOLKARME
En un acto que fusiona la performance, la escultura efímera y la manifestación colectiva, Crack Rodríguez vuelca un ícono de la movilidad urbana—un Volkswagen—con la ayuda de transeúntes frente al Teatro Nacional. Este gesto de fuerza compartida no es solo una acción física, sino una interpelación directa a la historia de las luchas sociales y a la manera en que el cuerpo colectivo ocupa, o deja de ocupar, el espacio público en tiempos de aparente calma.
El Volkswagen, «el carro del pueblo» en su traducción literal del alemán, carga consigo una ironía histórica: un vehículo diseñado para la accesibilidad y el movimiento que, en este contexto, es detenido, anclado, volcado en una parálisis forzada. La imagen de un auto boca arriba es el símbolo de un sistema disfuncional, de una sociedad inmovilizada en la inercia del entretenimiento y el consumo.
La elección del Teatro Nacional como escenario es igualmente significativa. Un espacio consagrado a la cultura oficial, donde las manifestaciones artísticas se encuadran dentro de lo permitido, es ahora intervenido por un arte que no se limita a la representación, sino que encarna un acto real de desobediencia simbólica. En esta performance, el arte no solo comenta sobre la falta de manifestación social, sino que la provoca, la ensaya, la pone en movimiento.
Este vuelco no es solo mecánico, sino político. Al convocar a transeúntes a participar en el acto, Crack Rodríguez introduce el dilema de la agencia individual dentro del colectivo. ¿Quién se atreve a actuar? ¿Quién decide ser parte del desorden? La acción expone la tensión entre el derecho a la protesta y el miedo a ejercerlo en un contexto donde la memoria del conflicto armado aún pesa sobre el imaginario social.
Crack Rodríguez, con su característico sentido de ironía, convierte un acto de vandalismo en una forma de empoderamiento efímero. La falta, la ausencia, los derechos y las víctimas—temas centrales de la historia reciente de El Salvador—se condensan en el cuerpo metálico del Volkswagen, un cuerpo que se resiste a la inmovilidad impuesta, que necesita la fuerza de muchos para cambiar su posición.
En un presente donde las luchas sociales parecen haberse diluido en la tibieza del consumo y el entretenimiento, Crack Rodríguez nos recuerda que la protesta también es un acto de imaginación, un ensayo de otras posibilidades. Y en ese ensayo, quizás, la memoria del movimiento se convierta en la semilla de nuevas revueltas.

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